martes, 1 de diciembre de 2009

CRÓNICA/ En las manos de la tia Soledad


Ismael Hincapié es el protagonista de esta historia pero seguramente no lo sabe. Cabe la duda de que lo sepa si Soledad Hincapié, tía suya y mía, le contó que anduve averiguando sobre su vida cuando aún era pequeño.


Ismael, fue uno de los niños que por la época de 1960 sufrió raquitismo, enfermedad que según la tía Solita, como le decimos de cariño, deja al niño “como un palillo” permitiendo ver prácticamente los huesos del menor a causa de la extremada delgadez.

Técnicamente esta enfermedad se da a causa de la falta de vitamina D en la dieta, que se encuentra regularmente en los lácteos, pero según solita y mi abuelo, padre de Ismael, (quien al ver mi interés por el asunto se acerca a dar su versión) dicen que esta enfermedad da “por no tomarse la sopa”, es decir, por desnutrición, causada por la falta de recursos alimenticios que se veía en esa época en la cual, y a pesar de ser una familia “de modo”, escaseaban los víveres en la mesa y por supuesto el alimento para el niño, quien provenía del vientre de una joven madre que por descuido o vanidad no amamantaba a su bebe.

Ismael vivía en ese entonces en Santa Teresa, una vereda cercana a Armenia, al verlo en ese estado decidieron llevarlo “al pueblo”, para curarlo. “Nos trajimos a misael (como lo llama la tía por la dificultad que para ella presenta decir su verdadero nombre) pa’ curarlo”.

Tiberio, mi abuelo, fiel lector, junto a la su hermana Soledad, de los libros de medicina alternativa, decidieron no recurrir a la medicina tradicional, esa que se practica en los centros hospitalarios por médicos especializados sino que prefirieron utilizar los conocimientos adquiridos de esos libros y realizar ellos mismos la curación.

Tras una larga conversación familiar, una minuciosa búsqueda de todo lo que necesitaban y totalmente seguros de lo que se iban a atrever a hacer, comenzaron el tratamiento.


Ahora 49 años después, sentados en los muebles de la sala, por cierto tradicionales en nuestra familia, solita y mi abuelo recuerdan como fueron en busca de los ingredientes del libro, cual pócima de hechicería me dan el listado de los objetos y los lugares donde los consiguieron con tal seguridad que pareciera que aquella no hubiera sido la primera ni la última vez que hacían este tratamiento. “No soy medico pero curo” decía solita.

“Hojas de guanábano, la última bajada de una vaca, una hoja de plátano y un buche de res recién sacrificada” eso era todo lo que se necesitaba, unas cuantas hojas de un árbol cuyo fruto es la guanábana, la última ración de leche del día ordeñada de una vaca, una hoja verde de una mata de plátano y el estomago o buche de una vaca o un toro que conserve todavía el calor.

Luego de ir donde la vecina que coincidencialmente tenía un guanábano en su patio, algo no muy extraño para la época, lo bañaron con el cocimiento de las hojas de dicha planta para llevarlo luego a una finca cercana y darle otro baño con la leche, solearlo sobre una hoja de plátano dándole otro baño, pero esta vez de sol y por último llevándolo de nuevo a la casa donde muy amablemente el encargado del matadero, que también quedaba cerca, llevaba la última victima bovina para meter el bebe en su estomago y completar así el tratamiento.

Día tras día solita y mi abuelo o algún otro hermano dispuesto a colaborar realizaban el procedimiento cada mañana, pues el “baño de sol” solo podía realizarse en ese horario, en otro era “dañino” y podría empeorar la situación, esto no lo decía el libro, pero mi tía lo sabia, por sentido común. Su “amá” siempre se lo decía.

Luego de tres meses de baños y de sacar el niño verde y con un olor no muy agradable del buche de la res, mi tío Ismael empezó a mejorar, comenzó a “coger carnita”, a engordar, y poco a poco el raquitismo desapareció, de eso si puede dar fe él, ya que ahora, con 50 años, esposa y dos hijos vive tranquilo en el barrio El Paraíso de Armenia, trabajando como cualquier persona para sostener a su familia.

“Si no le hubiéramos hecho eso se nos hubiera muerto” dice mi tía convencida, “tenía esos bracitos delgaditicos, aquí (señalando el cuello) se le veía lo flaco que estaba, y ese estomago inflado…”. Científicamente no habría modo de comprobar que fue lo que lo curo, o si en realidad era raquitismo lo que tenía ya que según solita, “el raquitismo es una bacteria que da en todo el cuerpo”, lo que si afirma con total seguridad es que “la boñiga es remedio”.

Para fortuna de mi tío solo tenía 1 año entonces y no recuerda el procedimiento, sin embargo toda la familia, bueno, toda aquella que se enteró por boca de solita o mi abuelo, recuerda la historia cada vez que viene a colación el tema. Lo que si no olvidará Ismael es que alguna vez, en alguna lejana época, estuvo envuelto en boñica de vaca.

Escrito por: Angélica María Murcia